martes, 15 de julio de 2008

El milagro de la reproducción

1. El Milagro de la Reproducción


A pesar de la cantidad de niños que nacen diariamente, y de los esfuerzos que se realizan para controlar la natalidad, sin embargo, hasta los mismos científicos siguen diciendo que la concepción es un milagro.

Si se tiene en cuenta que el espermatozoide en miles de veces más pequeño que la punta de un alfiler; que el recorrido que realiza desde la vagina hasta las trompas uterinas donde fecunda tarda unos tres días aproximadamente en llegar, que salen miles de millones y sólo llegan varios cientos; y más tarde ver cómo se forma un cuerpo con todos sus componentes, incluyendo el color de los ojos de un abuelo, las orejas grandes del padre, el cabello rizado de la madre, etc., no nos queda menos que repetir: El principio de la vida es un milagro y misterio. ¡Es cosa de Dios!.

Igualmente, el nacer del Espíritu es un milagro, un gran milagro. Jesucristo quiso simplificar un poco este hecho a Nicodemo, pero con todo y ser inteligente, viejo y maestro de la religión, no dio señales de haber captado el misterio. "No te maravilles de que te dije. Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y dijo: ¿Cómo puede esto hacerse?..."

Creo que nunca lo sabría, aunque llegara a experimentar el nuevo nacimiento.

Hay una gran diferencia entre el volumen de reproducción del mundo y el de la iglesia. La tierra está amenazada por el crecimiento demográfico, mientras que la iglesia sufre de esterilidad.

Leyendo el comienzo del primer libro de Samuel, el Espíritu me llevó a hacer un paralelismo entre Anna y el creyente en cualquier tiempo y lugar. Permítaseme decir que no es una comparación forzada, puesto que es harto conocido que la mujer representa a la iglesia en múltiples lugares de las Sagradas Escrituras.

La mujer tiene el privilegio de reproducir la vida. No es casualidad que un buen número de mujeres escogidas de Israel fueran estériles, tales como Sara, Raquel, la madre de Sansón, Anna la madre de Samuel y hasta Elizabeth la madre de Juan el Bautista. Algunas lo fueron por desobediencia e incredulidad de ellas o de sus esposos, otras para que lo demandaran de Dios y Él dieron gloria.

La iglesia como cuerpo, y nosotros como miembros de ese cuerpo cuyo esposo y cabeza es Cristo, estamos llamados a tener hijos. (Efesios 4.12-16)

Es muy curioso que Pablo llama hijo a Timoteo y a otros, pero nunca se presenta como padre. Aunque se deduce cuando refiriéndose a Onésimo dice: "...a quien engendré en mis prisiones", que el padre engendra, la madre concibe.

Pero en Gálatas 4:19 dice: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir de dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros. (Madre espiritual).

Constancio Vigil escribió: "El arte es maternidad en el hombre". Pero seguramente él ignoraba que lo es también en el cristiano verdadero.

La iglesia como cuerpo viviente es la que concibe y cría hijos por medio de sus miembros. En la concepción y la crianza de un hijo toman parte todos los miembros del cuerpo de la madre.

En base a obtener una información correcta de un creyente, nunca deberíamos preguntar cuántos años lleva de convertido, si paga los diezmos, si canta con el coro, si es diácono o maestro de la escuela dominical. La pregunta clave y trascendental sería: ¿Tienes hijos espirituales? ¿Sufres de embarazo por las almas?


Mas, a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:12-13)

Después de este largo paréntesis, vamos a considerar ahora la interesante y sugerente actitud de la madre de Samuel.

Doy por sentado que el lector conoce la historia, porque escribo pensando en conocedores de la Biblia. Leemos en el capítulo 1, versículo 5 del primer libro de Samuel: Pero a Anna daba una parte escogida; porque amaba a Anna, aunque Jehová no le había concedido tener hijos.

Sin embargo, esto no alegraba a Anna, porque no hay nada que pueda compararse con la alegría y el orgullo de tener un hijo.

Puede un creyente haber recibido muchas cosas por las cuales pudiera sentirse feliz, pero ninguna superaría a la inmensa, la infinita alegría que proporciona traer al mundo hijos de Dios.


Y Elcana su marido le dijo: Ana ¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? (1 Samuel 1:8)

Estaba equivocado el esposo de Anna cuando al verla llorando y sin comer la interrogó así. Ningún otro amor sustituye al de los hijos. Es como si el pastor donde está un cristiano que tiene pasión por las lamas, que anhela reproducirse, y le dijera: ¿No te es suficiente que tengas un pastor como yo? ¿No estás contento con los cargos y privilegios que te he dado? ¿No te sientes orgulloso del hermoso templo que hemos construido? Lo más seguro es que este creyente, madre en potencia, salga como salió Anna, con amargura de alma. (versículo 10): Y ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.

Versículo 12. - "Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí el sacerdote estaba observando la boca de ella".

Es muy significativo que oraba largamente y tenía una sola petición: Señor, dame un hijo; Señor, dame un hijo. Similar a ésta fue la petición de Raquel la esposa de Jacob (Gen. 30:1) cuando suplicó: ... dame hijos o si no, me muero. La gran diferencia consistía en que Raquel se lo pidió a su marido, mas Anna se lo pidió a Dios. Muchos años pasaron hasta que Raquel parece que clamó a Jehová y entonces tuvo dos hijos.

Aquí está la clave del asunto. ¿A quién clamamos, y delante de quién derramamos nuestra alma si queremos reproducirnos? La misma Anna lo dice cuando dio a luz: ...Por cuanto lo pedí a Jehová. (versículo 20).

¿Hemos pedido insistentemente y con lagrimas a Dios que nos dé hijos espirituales? Si lo hacemos, quizás el propio líder de la congregación o grupo si nos ve llorando y en un insistente y suplicante movimiento de labios, hasta podrá pensar que estamos ebrios, pero el Señor lo verá de otra manera.

Anna estaba borracha, pero no de vino, como pensó el sacerdote, sino borracha de fe, borracha de Dios. Tan es así que cuando terminó aquella desacostumbrada oración, ella comió y no estuvo más triste. (versículo 18). O sea, que dio por otorgada su petición.

La actitud desinteresada de Anna es muy elocuente también. Versículo 22: Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allí para siempre. Esto queda confirmado más tarde (vers. 27-28): Por este niño oraba y Jehová me dio lo que le pedí, yo pues le dedico también a Jehová todos los días que viva, será de Jehová...

Anna no buscó excusas para retener al niño, ella lo prometió a Dios y daba por hecho que no le pertenecía.

Tener un solo hijo pequeño, y desprenderlo del calor del hogar, de la vista y el mimo de los padres, para llevarle a vivir con un sacerdote ventrudo y falto de visión, era argumento más que suficiente para decir: Esperemos mejores condiciones, le daré un tiempo más el pecho, ¡el crío está tan pequeño!.

Pero no le pertenecía a ella elegir las condiciones. Muchos de nuestros fracasos consisten en elegir demasiado las condiciones. Me dan envidia los misioneros como Abraham. El no argumentó nada sobre las condiciones, sin que salió sin saber a dónde iba.

En el corazón de Anna no quedó ni sombra de queja o de temor por el niño, su cántico es un himno de gratitud. Con esto cesó la competencia con Penina. Ella no fue a humillarla ni a ofenderla, la alabanza a Dios aleja de la intriga o la envidia.

Ya sabemos que hay quienes tienen hijos espirituales como propiedad suya, y no quieren destetarlos. Bien pudieran aprender de la samaritana, que llevó a Jesús para presentarlo a sus conciudadanos, pero luego se quitó de la escena para que continuaran con Él. (Juan 4:39-42).

San Pablo los destetaba cuando recién habían creído. Los dejaba suficientemente desarrollados como para que se reprodujeran. No había razón para seguirlos cuidando y amamantando.

1 Samuel 2:19. - Y le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año, cuando subía con su marido para ofrecer el sacrificio acostumbrado.

Anna no dejó de amar a su hijo y de tener atenciones con él, cada año le hacía una túnica pequeña y se la llevaba al templo. Le hacia un regalo adecuado a su tamaño. Primero le daba el pecho, pero cuando fue destetado le hacía un vestido sacerdotal.

Es bastante triste y lamentable que muchos, pero muchísimos que deberían ya vestir túnicas para ministrar al Señor, están pegados de los pechos. Pudiendo ser sacerdotes de Dios, viven entre biberones, pañales y arrullos para dormir.
Y por último, como premio a su desinterés y confianza en Dios, Él la visitó, "...y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Y el joven Samuel crecía delante de Jehová. (1 Sam. 2:21)

Mientras Samuel crecía, la reproducción continuaba. Para uno hacía túnicas, para los recién nacido que iban llegando tenía otros cuidados.

Mientras la iglesia está perfeccionando a unos, debe tomar el germen del Espíritu para concebir nuevos hijos.

Tomado del libro "El milagro de la Reproducción"

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